de Marta Zubieta
(1º parte)
Un trámite, una responsabilidad, una nostalgia y la muerte, demasiado cerca en la mañana de soberbia vida. Sobre el ataúd, también soberbio, los rayos del sol juegan irrespetuosamente. El misterio es por mi fe, una esperanza de reencuentro, una lógica consecuencia de la perfecta armonía. Escucho a mi hermano recordar su infancia en los años dorados de hijo único. Me complazco con sus vivencias y siento intensamente en esos instantes tan nuestros, tan de ramas del mismo árbol, la savia que nos reconforta el alma, lo único que prevalecerá en cualquiera de nuestras caídas. Infancia, cobijo de amor y ejemplos, riquezas del dinero que tuvo su fulgor, y riqueza invisible, amada y genuina como la propia piel.